CÓMO NO SENTIR VERGÜENZA

Por Carlos Galli.
Soy peronista. De aquellos que hicimos Patria en los años 70. A los nos balearon en Ezeiza. A los que el General Perón hecho de la mítica Plaza de Mayo.
Soy como miles de militantes del campo popular, que «visitamos» centros clandestinos de torturas y muertes. Diez cumpas, entre varones y mujeres y a mí, nos llevaron a la siniestra y macabra Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), desde hace un tiempo Museo de la Memoria. Aunque el nombre ideal, debería ser museo de la muerte.
El jueves se cumplen 46 años, de aquella noche del 24 de marzo de 1976, cuando tres milicos y la oligarquía nativa, derrocan al gobierno de María Estela Martínez de Perón.
Claro que, de peronismo, tenía poco y nada. Ellos fueron los que firmaron aniquilar a la supuesta subversión y guerrilla armada, cuando la realidad, y para mi verdad, éramos héroes y patriotas, que creíamos que íbamos a cambiar el mundo, y obviamente, no pudimos.
Los seudo revolucionarios de hoy, me dan asco y vergüenza.
Nos llevaron un lugar lúgubre, al cual llamaban la cuadra de muerte. Nos «higienizaron» con chorro de agua helada, y para secarnos nos dieron bolsas de arpillera, sucias, rotas y manchadas de sangre.
Nos esposaron a las camas, de manos y los tobillos. La catrera, solamente tenían elásticos, para que la corriente de la picana elevará su potencia.
Nos daban de comer, cuando lo hacían, pan duro y agua del inodoro o de las alcantarillas de las duchas.
A la madrugada, nos sacaban casi desnudos, a correr alrededor de un enorme mástil, que estaba ubicado en una plazoleta, lo bautizaban Plaza de Armas. Las horas se hacían interminables, mientras los milicos se cagaban de risa, y nuestro cuerpo, pedía clemencia y piedad. Claro que jamás tuvimos ni una ni la otra.
Terminada la «fiesta» de la maldita plaza, otra vez a las camas y esperar la otra tortura, la picana, que nos visitaba noche tras noche. Los once estábamos juntos, pero nuestras fuerzas estaban al límite. La falta de alimento, el dolor físico y metal, cada minuto, nuestros cuerpos, se llevan de dolor y de angustia, esperando el final. Había un enorme reloj que marcaba las horas, tan lentamente, que lo mirábamos y parecía que el tiempo se había quedado paralizado. A la mañana, a las seis en punto, nos sacaban para arrastramos por esa maldita plaza. Cuando comenzaba alguno de nosotros a sangrar, detenía el juego, y nos tiraban sal en las heridas.
Hoy siento vergüenza y asco, de aquellos que dicen poner el lomo por el pueblo.
Ustedes ponen sus manos en las enormes cajas que manejan. Y nunca derramaran una gota de sangre, por el pueblo que dicen representar.
Lo único que tenemos en común, es que entre ustedes hay traidores. A nosotros también nos traicionaron, especialmente las cúpulas, que rajaron como ratas, y que siguen siendo ratas, aunque más viejos y más traidores.
Tengo un gran amigo y un enorme militante de aquellas épocas de plomo, MIGUEL ANGEL, no pongo su apellido, para no comprometerlo, ni exponerlo, uno nunca sabe, aún en democracia. Este querido amigo, me dice porque me hago daño, recordando lo que ya es pasado. Y tiene razón. Pero no lo puedo evitar. Me asquea La Cámpora, el Polo Obrero, Barrios de Pie, el MTS, Grabois y su gerenciamiento de la pobreza. También la Dra. y Alberto Fernández, que hablan de Sierra Maestra, y lo más alto que subieron, es el piso 30 de algún departamento de Puerto Madero o de La Recoleta las escalinatas del Congreso Nacional, o las de Casa Rosada.
Como un viejo militante de batallas perdidas y algunas pocas ganadas, dejen de manchar la memoria de aquellos compañeros y compañeras de campo popular, que dieron su vida, para que ustedes, revolutas de cuarta, se auto definan como revolucionarios y progresistas.
No nos llegan a los talones. Son impresentables. Pe$eteros. Cuiden sus cajas, esa es la única revolución que conocen.
La historia nos juzgará a unos y otros. Las de ustedes estarán en blanco. Las nuestras, posiblemente, la escriban con la sangre derramada, que nunca será negociada.
Si nuestra entrañable EVITA VIVIERA, no sería camporista.
Sería…




