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2017

Por Gabriel Princip

Hace pocos días murió Fidel Castro. Chávez y Néstor son el recuerdo. Lula y Cristina perseguidos por la injusticia. Su delito, el mismo que el de aquellos líderes fallecidos, conducir las masas a un nivel de felicidad que nunca han de olvidar.

Trump vive, lo mismo Macri, Temer  y un conjunto de cipayos incapaces de mejorar la vida de sus gobernados.

Si los medios mencionan a los dueños del afecto los tildan de “corruptos, asesinos, sicarios, ladrones, dictadores” y demás calificativos para que la grieta sea tan ancha como la avenida del medio. Esos mismos periodistas se aburren de halagar a aquellos que someten a sus pueblos. Les encanta ser funcionales a la oligarquía, no cesan en admirar las plutocracias y el término pueblo lo utilizan para confundir  y descalificar a aquellos que fueron felices con sus líderes nacionales, populares y democráticos.

Todavía  la opinión publicada vive en un mar de confusión. Cada instante se ahoga en el lago de la ignorancia, penetra en el ejido del odio y solo reside en el territorio de la estupidez ilimitada. Para que desarrolle su vida entre el odio, la estupidez y la ignorancia hace falta abandonar la isla de la inteligencia y eso se hace cuando nos embarcamos en el pensamiento antinacional, tilingo y cipayo.

La felicidad se ha exiliado. Hoy se convive con la hipocresía, la falsa sonrisa y un malestar diario camino a unas elecciones que serán útiles para confirmar en el gobierno a los saqueadores del pensamiento nacional u otorgarles una chance a aquel cuyo objetivo sea volver al campo popular y nacional.

Después de 12 años, donde un modelo nacional sirvió para el crecimiento del país y para la  ampliación de derechos, la mezquindad deterioró la conducción nacional y permitió el ascenso al poder de las corporaciones supranacionales representados por 27 CEOS  encabezados por el hijo de Franco Macri.

Con su voracidad empresarial a la que están acostumbrados, hicieron añicos un proyecto de país  para gobernar sin ideas de estado una nación que volvió al sujeto colonial. Nuevamente habitamos una factoría sin independencia económica, soberanía política ni justicia social.

El 2016 mostró cuan fácil puede ser la destrucción de un país. Cambiemos eligió un modelo de dependencia con endeudamiento externo fenomenal y un plan económico similar al de Raúl Prebish. Un plan que determinó más pobreza, más desocupación y mayor entrega. Cambiemos es el autor intelectual y material de la consolidación de la pobreza. Sus militantes y votantes se convirtieron en soldados de la causa que con un globo amarillo y un timbreo retrocedieron al país al punto de llegar al mejor estadio para la entrega a los constructores de un nuevo orden mundial.

La política ya no domina el escenario. Nuevamente la economía marca la agenda política de este país ubicado al sur de Bolivia. Esta vez el planeta empresarial lleva los destinos de una patria sojuzgada por el capital extranjero. Retornamos al insulto constante de los conductores populares. Otra vez el decreto 4161 sobrevuela el territorio. Desde inicios del mandato amarillo que la pesada herencia ocupa la primera plana de los diarios. Todavía el oficialismo vive del ataque perverso al peronismo, todo para ocultar el desastre perfectamente  organizado por el neoliberalismo.

Este proceso de desorganización nacional se propuso entregar la Nación previo consolidación de la pobreza y desaparición de la clase media y el objetivo lo está cumpliendo. Al margen de que termine o no su mandato, hoy Macri se puede sentar a la derecha del imperio y decir, tarea cumplida.

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